Toná es una propuesta escénica que se aleja de narrativas convencionales y ofrece al espectador a una experiencia poética, plástica e intuitiva. En la pieza, los cuerpos y los objetos (el vestuario, los elementos escénicos) son atravesados por lo invisible (la música, el movimiento) y agitados hasta la extenuación: un exceso de vida que acaba por agotarlos y devolverlos a lo inerte. Un cuerpo que no escoge entre creer o sospechar: hermana fe y nihilismo y se repite amar es tener el cielo y ver que el cielo no tiene nada.
Esta pieza pertenece a la trilogía El ciclo de los milagros.
Toná nace de la necesidad de encarnar una identidad amplia, que no pretende definirse esencialmente, ligada orgánicamente a la memoria colectiva y los imaginarios populares, con toda su conflictividad. Una poesía que transmite la carne, el pulso vital, llenos de rabia y de alegría, también de prejuicios y supersticiones. Un dolor antiguo y fértil que nos construye lentamente, desde la infancia. Una identidad tan luminosa como oscura, que no se resume en términos de productividad y consumo, un derroche físico que se niega a inscribirse en las inercias de la opinión y su euforia, la pose, el protocolo. Un cuerpo reconciliado con sus fuerzas vitales, entretejido de enfermedad, vejez, muerte, y que se relaciona descaradamente con los símbolos, para ensuciarlos, pisotearlos, renombrarlos, mientras grita: son nuestros, nos pertenecen.